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TEPT y trauma

Atención al trauma en niños y adolescentes

¿Su hijo o adolescente ha sufrido algún trauma? Aprenda de una psicóloga clínica especializada en el tratamiento de traumas infantiles cuáles son los síntomas y cómo pueden ayudar las diferentes intervenciones.

La Dra. Nicole Hisaka es una académica posdoctoral en la Clínica de Stress, Trauma and Resilience (STAR, por sus siglas en inglés) (Estrés, Trauma y Resiliencia) del Jane and Terry Semel Institute for Neuroscience and Human Behavior (Instituto Jane y Terry Semel de Neurociencia y Comportamiento Humano) de la UCLA y profesora adjunta en la Graduate School of Education and Psychology (GSEP, por sus siglas en inglés) (Escuela de Posgrado de Educación y Psicología) de la Universidad Pepperdine. La Dra. Hisaka se especializa en el tratamiento de jóvenes y familias que han sufrido traumas y otros factores estresantes.

¿Qué es el trauma infantil?

Cuando la mayoría de las personas oye la palabra «trauma» piensan en algo que solo les pasa a otros. Según la Encuesta Nacional de Salud de los Niños, aproximadamente 35 millones de niños y adolescentes estadounidenses han sufrido un trauma infantil o experiencias infantiles adversas (ACE, por sus siglas en inglés). Como esta cifra parece grande, es posible que se pregunte qué constituye un acontecimiento traumático infantil. El trauma infantil puede definirse como un abuso (sexual o físico, por ejemplo); el presenciar violencia doméstica; negligencia; accidentes; enfermedades crónicas o repentinas; una muerte en la familia o enfermedad de los padres; el consumo de sustancias, el divorcio, o el encarcelamiento. Para los niños, las ACE o los acontecimientos traumáticos pueden sentirse confusos y perturbadores. Por esto, es posible que quiera reconsiderar si su hijo o un niño que conoce ha pasado por un acontecimiento traumático.

Cómo reconocer los síntomas relacionados con el trauma en un niño o adolescente

A menudo, los niños y adolescentes afectados por acontecimientos traumáticos no reconocen sus síntomas. En primer lugar, la mayoría de los niños no son conscientes de que experimentan un trauma debido a la alta frecuencia de acontecimientos adversos, lo que en última instancia da lugar a la idea de que, por ejemplo, el abuso o la negligencia son una experiencia «normal». Esto también es cierto para los cuidadores, que normalmente tienen dificultades para identificar los síntomas del trauma.

Estos son algunos signos y síntomas generales típicos de los niños y adolescentes que han vivido acontecimientos traumáticos:

  • Hipervigilancia o hiperactivación. Se trata de un estado anormal de mayor capacidad de respuesta a los estímulos acompañado de síntomas fisiológicos y psicológicos (por ejemplo, estado de alerta, frecuencia cardiaca y respiración elevados). A la mayoría de los niños traumatizados no les gustan los ruidos fuertes y abruptos y a menudo se sienten «nerviosos» o parecen tener una expresión de “asombro” (con los ojos muy abiertos), atentos a cualquier peligro potencial.
  • Evitación. Evitar pensar o hablar sobre el suceso traumático o los lugares, actividades y personas relacionados con el suceso traumático.
  • Pensamientos intrusivos o no deseados. Recuerdos, pensamientos o flashbacks recurrentes y angustiosos del acontecimiento traumático. A menudo, es posible que el niño sienta que está «reviviendo» el suceso o experimentar pesadillas relacionadas con el acontecimiento.

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¿Cómo es el trauma de niños de diferentes edades?

Los síntomas del trauma suelen variar según la edad del niño: 

Primera infancia (de 3 a 8 años)

Comportamientos incontrolables. Si tiene un hijo de entre 3 y 8 años, es posible que observe un aumento de los comportamientos agresivos, rebeldes o de oposición. Esto significa que es posible que tenga más problemas para controlar el comportamiento de su hijo porque a este le cuesta escuchar las instrucciones o desafía sus solicitudes a propósito. Esto suele ocurrir porque los niños pequeños no tienen el desarrollo cognitivo necesario para comunicar sus emociones de forma eficaz, por lo que las transmiten en sus acciones y comportamientos. Esto también se puede ver en un aumento de la frecuencia de los «berrinches», ya que los niños que han vivido acontecimientos traumáticos tienden a intentar controlar su ambiente y, muchas veces, a sus cuidadores o padres. Su necesidad de control es una forma de manejar su ansiedad ante la incertidumbre o imprevisibilidad de su mundo.

Problemas en entornos sociales. Muchas veces, estos comportamientos no solo son difíciles de manejar en casa, sino también en el ambiente escolar. Es posible que a los padres o cuidadores les comuniquen más inquietudes sobre el comportamiento de su hijo en lo que respecta a hacer caso a los profesores y a las figuras de autoridad, el aumento de los conflictos con los compañeros y los problemas para hacer o mantener amigos.

Emociones intensificadas. Se observan ataques de llanto y emotividad en niños pequeños que han vivido acontecimientos traumáticos. Esto puede parecer un aumento de la sensibilidad o la irritabilidad, lo que ocasiona que se brinde un mayor consuelo por situaciones que usualmente no lo requieren, como decirle no a un niño. Por último, es posible que note un aumento de la hipervigilancia o que el niño «está atento al peligro». Muchas veces, los niños miran con los ojos muy abiertos y alerta, tratando de anticipar el próximo acontecimiento impredecible. Es común ver a niños pequeños que se ponen las manos en los oídos para evitar oír sonidos fuertes.

Infancia media (de 8 a 11 años)

Comportamientos regresivos. La infancia media (de 8 a 11 años) tiene síntomas similares a los de los niños en la primera infancia. A pesar de que estos niños son un poco mayores, sus problemas de conducta persisten y, muchas veces, imitan comportamientos que son típicos de una edad menor a la que tienen. Esto significa que los comportamientos agresivos, de rebeldía y de oposición siguen presentes y, a menudo, son más significativos e incontrolables. Los berrinches siguen siendo muy frecuentes y empiezan a incluir un aumento de la agresividad verbal (como insultos, maldiciones y lenguaje hiriente hacia los demás).

Dificultades escolares. Puede producirse un aumento de las dificultades escolares tanto en el rendimiento académico como en el comportamiento. Es posible que a su hijo le resulte difícil concentrarse o poner atención a las instrucciones, lo que ocasiona que sus calificaciones bajen. A menudo, la falta de atención puede diagnosticarse erróneamente y confundirse con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH o ADHD, por sus siglas en inglés). Al igual que en la primera infancia y debido a una mayor irritabilidad y a una menor capacidad para tolerar la frustración, los traumas en la infancia media pueden causar problemas de comportamiento con los compañeros en la escuela y en el salón de clases.

Problemas en entornos sociales. Como la red social de los niños suele empezar a expandirse durante estos años, puede producirse un aumento de las dificultades sociales o con los compañeros. Dado que los niños que han sufrido un trauma tienen una mayor irritabilidad, sensibilidad e hipervigilancia, hacer amigos o mantenerlos tiende a ser difícil. Los niños pueden querer controlar a su ambiente, incluidos a sus compañeros, lo que les genera problemas para llevar amistades sanas. Estas amistades suelen tener más conflictos de lo normal a causa de los problemas de comportamiento del niño, además de su necesidad de control.

Emociones intensificadas. A medida que los niños empiezan a incorporar más lenguaje a su mundo, la expresión de sus sentimientos puede parecer un aumento de las contestaciones y la agresividad. A medida que también aumentan los factores estresantes (con más responsabilidades escolares y domésticas), es posible que los niños se vuelvan más irritables y muestren los grandes sentimientos que guardan en relación con su trauma.

Adolescentes (de 12 a 18 años)

Comportamientos regresivos e involucramiento. Como los adolescentes (de 12 a 18 años) tienden a individualizarse más a esta edad, a menudo se observa un aumento de los comportamientos de aislamiento, incluida la evitación de las personas y de los estilos de afrontamiento saludables. Los adolescentes que han sufrido un trauma tienden a reaccionar exageradamente, o bien ocurre lo contrario. Los comportamientos exagerados incluyen agresiones tanto verbales como físicas a los demás. Pueden ser de larga duración y difíciles de manejar. Por otro lado, en la falta de reacción se observa exactamente lo contrario. Los adolescentes pueden aislarse en sus habitaciones, ser verbalmente poco expresivos y reservados, y no reaccionar. Ambos estilos de afrontamiento se relacionan con el síntoma de la evitación, pues evitan el problema real.

Alteración del estado de ánimo. El deterioro del estado de ánimo suele presentarse en los adolescentes que han sufrido un trauma. La irritabilidad aumenta y los ataques de tristeza e ira son más frecuentes. Muchas veces, estas emociones están relacionadas con los acontecimientos traumáticos vividos. En casa, el aumento de los conflictos suele producirse porque los padres no son conscientes de lo que le ocurre al adolescente y lo atribuyen en gran parte al mal humor de un adolescente en crecimiento. Aunque esto puede ser cierto en parte, es importante tener en cuenta los síntomas relacionados con el trauma. Además, estos adolescentes corren un riesgo mayor de autolesionarse debido al aumento de los sentimientos de tristeza.

Dificultades escolares. Los adolescentes suelen tener mayores exigencias académicas durante esta etapa, lo que aumenta sus factores de estrés y dificulta el manejo de sus emociones. Asimismo, entre los adolescentes, las calificaciones y el rendimiento general en áreas en las que normalmente funcionaban bien antes del trauma tienden a ser peores. Su capacidad de concentración suele disminuir a medida que se repiten en su mente pensamientos intrusivos o imágenes no deseadas del suceso traumático. Muchas veces se observa un deterioro del estado de ánimo que tiene un impacto en su capacidad para llevar a cabo sus actividades. También pueden aumentar las inasistencias y los problemas de comportamiento en el salón de clases.

Problemas con las relaciones sociales. Las relaciones románticas y con sus compañeros tienden a ser más importantes en esta etapa, independientemente de las experiencias traumáticas. Los adolescentes que han sufrido un trauma suelen aislarse de sus amistades y tienden a estar solos. El miedo a que los amigos no los entiendan, además de la falta de deseo de tener amigos, contribuyen a disminuir las interacciones sociales. Durante esta etapa, tienden a formarse relaciones románticas. Muchas veces, los adolescentes que han sufrido traumas desean apegarse a cualquier persona que exprese amor o aceptación. Es recomendable que los padres estén atentos a las relaciones que se forman durante esta etapa.

Consejos para los padres

Como el mundo muchas veces se siente impredecible, inestable y caótico para los niños y adolescentes con síntomas relacionados con el trauma, es imperativo crear un ambiente que promueva el bienestar emocional y social del niño.

Estos son algunos consejos útiles para los padres:

Consejo 1: Proporcione estabilidad y consistencia

Contener el espacio, también conocido como limitar las opciones de su hijo para realizar diversas actividades, puede ayudar a reducir la ansiedad del niño. Esto aumenta las oportunidades de que los niños se sientan seguros porque el mundo se siente más o menos predecible ya que las reglas se mantienen consistentes. Los niños con traumas a menudo sienten que el mundo está en constante cambio. Con reglas y límites, el niño aprende la consistencia en la rutina, que una figura de autoridad está a cargo y que él está seguro. Las reglas crean parámetros invisibles para promover el crecimiento sano y el bienestar. Los niños son más conscientes de lo que creemos y responden bien (como lo demuestra su cambio positivo de comportamiento) al establecimiento de reglas, las cuales les ayudan a saber lo que está bien y lo que no. Es aún más probable que apliquen el seguimiento de las reglas en otros ambientes, como con los profesores en el salón de clases o con otros padres en las reuniones para jugar.

Consejo 2: Incorpore un factor de previsibilidad

A la ansiedad se le suele llamar miedo a lo desconocido. Por lo tanto, si podemos abordar y eliminar la incertidumbre de un niño, le damos control y conocimiento. Establecer de antemano las expectativas para los eventos y las actividades incorpora un factor de previsibilidad. Como no podemos controlar todos los acontecimientos de la vida de nuestros hijos, podemos prepararlos para el éxito proporcionándoles información sobre qué esperar en determinadas situaciones. Por ejemplo, si va a salir de casa para ir a la tienda y su hijo está nervioso por su paradero, informarle de los detalles de su viaje, el horario y cómo ponerse en contacto con usted mientras no está le ayudará a disminuir la ansiedad. Esto le permite a su hijo saber qué esperar.

Consejo 3: Fomente la seguridad

Los ambientes que limitan el caos y aumentan la previsibilidad proporcionan a los niños un espacio más seguro para crecer. Esto no significa, por ejemplo, tener una relación con su pareja libre de discusiones, sino tener esas discusiones en un espacio privado para limitar la exposición de su hijo al conflicto. Además, informar a su hijo sobre con quién ponerse en contacto y qué hacer en caso de emergencia es prepararlo para el éxito. Proporcionar espacios abiertos para que su hijo comparta sus sentimientos y pensamientos, sin que sea juzgado, es útil para promover espacios seguros para crecer. Los niños que han sufrido traumas suelen tener miedo de compartir información con sus cuidadores por temor al castigo. Transmitir a su hijo antes de los acontecimientos traumáticos que su postura es incondicional y de apoyo, puede aumentar la probabilidad de que su hijo comparta sus retos y experiencias con usted.

Fuentes de apoyo para su hijo

Red de amigos. Los amigos de su hijo pueden apoyar su recuperación escuchándolo y siendo simplemente buenos oyentes. Dado que la confianza es un reto para un niño que ha sufrido un trauma, crear un espacio que se sienta seguro y no invasivo puede ser útil. Esto podría significar seguir participando en actividades habituales y «normales» para crear un espacio que les resulte familiar, ya que muchas veces se sienten señalados por sus experiencias traumáticas. Divertirse, mantener conversaciones «normales» y participar en acontecimientos regulares puede ser de gran ayuda.

La familia. Crear un espacio seguro en casa es crucial para los niños y adolescentes que han sufrido un trauma. Esto puede significar hacerle saber a su hijo que, si quiere compartir algo, usted u otros miembros de la familia estarán dispuestos a escucharlo sin juzgarlo ni castigarlo. Muchas veces, los niños y adolescentes no comparten sus experiencias traumáticas, sobre todo si están relacionadas con la violencia sexual, física, el abandono o la violencia doméstica. Expresar con palabras su intención de mantenerlos a salvo les permitirá compartir de manera más abierta. También es importante que no abandone sus responsabilidades típicas de cuidador o padre y que también establezca límites. Aunque puede ser fácil sentir un profundo afecto por su hijo debido a sus experiencias, también debe guiarlo y ayudarlo a llevar una vida sana que le ayude a protegerse en el futuro.

Grupos religiosos o espirituales. Si la religión de su familia proporciona apoyo en momentos de necesidad, acudir al clero o a otros congregantes puede ser de ayuda para usted y su hijo. Dado que los acontecimientos traumáticos pueden ser devastadores y emocionalmente agotadores, es fácil perder la fe y la esperanza. Recurrir a alguien que pueda restaurar lo que podría parecer la única solución en el momento, su fe, puede ser muy útil.

Tipos de tratamiento profesional

Cuando el comportamiento o los síntomas parecen incontrolables o están interfiriendo en el desempeño de su hijo (académico, social o emocional), es importante buscar servicios profesionales de salud mental con un médico clínico especializado en el trauma.

Las siguientes intervenciones de tratamiento de salud mental pueden ser de gran ayuda para aliviar los síntomas de su hijo:

La terapia Cognitivo-Conductual Centrada en el Trauma (TF-CBT, por sus siglas en inglés) es una intervención que se usa con los niños y adolescentes (de 3 a 18 años) que han experimentado un acontecimiento (o acontecimientos) traumático y sus padres. Resuelve varias dificultades emocionales y conductuales derivadas del trauma mediante un modelo de terapia cognitivo-conductual. Además, la TF-CBT se enfoca en un componente de exposición gradual, lo que significa que se habla del acontecimiento traumático a lo largo del tratamiento. La investigación ha demostrado que, mientras más se difunde la exposición, más mejora el bienestar mental y se reducen los síntomas del trauma. La TF-CBT consiste en un proceso de 8 pasos que pueden recordarse con el siguiente acrónimo:

  • Psicoeducación de los síntomas del trauma.
  • Habilidades de Relajación para utilizar en momentos de angustia.
  • Regulación del Afecto: Aprender sobre los sentimientos.
  • Afrontamiento Cognitivo: Aprender cómo nuestros pensamientos afectan a nuestros sentimientos y comportamientos.
  • Narración del Trauma: Se cuenta una historia detallada sobre el acontecimiento o acontecimientos traumáticos del niño o adolescente.
  • Exposición In vivo: El clínico expondrá al niño para abordar cualquier desencadenante significativo del trauma durante el tiempo de intervención.
  • Sesiones Conjuntas: La narración se comparte con el cuidador o el padre.
  • Aumentar la seguridad: Enseñar habilidades saludables para el futuro.

La terapia de interacción entre padres e hijos (PCIT, por sus siglas en inglés) es una terapia diádica (padres e hijos) basada en el juego que ayuda a los niños (de 3 a 7 años) que presentan síntomas relacionados con el trauma, como comportamientos agresivos, de rebeldía y de oposición. La PCIT fomenta las relaciones positivas entre padres e hijos y enseña a los padres estrategias eficaces de manejo del comportamiento. Los dos componentes de la PCIT abordan el mejoramiento de la relación entre el padre o la madre y el niño en un módulo llamado Interacción dirigida al niño y las estrategias para conseguir la obediencia, en un módulo llamado Interacción dirigida a los padres. En estos módulos, se enseña a los padres a poner en práctica estas habilidades (por ejemplo, involucrarse y utilizar habilidades de juego positivas, dar órdenes eficaces y directas), alcanzando en última instancia los siguientes objetivos:

  • Mejorar la relación entre padres e hijos.
  • Reducir los comportamientos negativos.
  • Aumentar los comportamientos positivos.
  • Reducir los comportamientos agresivos.
  • Reducir los comportamientos rebeldes.

La terapia dialéctica conductual (TDC o DBT, por sus siglas en inglés) es una intervención cognitiva y colaborativa basada en el apoyo para ayudar a los adolescentes a manejar los riesgos de seguridad (por ejemplo, las autolesiones o las tendencias suicidas) y a cuestionar los pensamientos irracionales. Dado que el manejo de la seguridad y los comportamientos de riesgo tienden a ser uno de los principales objetivos de esta intervención, la TDC requiere un tratamiento individual junto con una intervención de grupo basada en la TDC con compañeros de la misma edad. Durante esta intervención, se abordan 4 módulos, los cuales incluyen:

  • Conciencia plena y pensamientos sin juicios sobre uno mismo, el mundo y los demás.
  • Eficacia interpersonal del manejo de las relaciones y cómo tener interacciones sanas con los demás.
  • Tolerancia a la angustia para aprender a sobrellevar los acontecimientos angustiosos y dolorosos aceptando la vida en su estado temporal. Por ejemplo, la aceptación radical es un aspecto de la tolerancia a la angustia que enseña al adolescente a cambiar sus pensamientos hacia la aceptación de lo que es y a descifrar entre voluntad y terquedad.
  • Se enseñan habilidades de regulación de las emociones para ayudar a manejar los pensamientos suicidas, la ansiedad, la tristeza, la irritabilidad, la ira, etc., y regular las emociones de forma saludable.

Autora: Nicole Hisaka, doctora en Psicología.

Sobre la autora

La doctora en Psicología, Nicole Hisaka, es una académica posdoctoral en la Clínica de Stress, Trauma and Resilience (STAR) del Jane and Terry Semel Institute for Neuroscience and Human Behavior de la UCLA y profesora adjunta en la Graduate School of Education and Psychology (GSEP) de la Universidad Pepperdine. La Dra. Hisaka se especializa en el tratamiento de jóvenes y familias que han sufrido traumas y otros factores estresantes.

Última actualización o revisión el febrero 21, 2024